lunes, 28 de agosto de 2017

El dia que la ciudad de Albacete quedó muda. Hasta siempre Maestro.

 
 
   El destino es muy distinto a como era Usted Maestro. El destino no respeta, el destino arrasa, no camina despacio ni pensativo como Usted, el destino no sostiene la mirada a los ojos como Usted lo hacía. El destino no es justo en muchas ocasiones, a las pruebas me remito, que no ha sido capaz de darle la oportunidad de que disfrutase del Centenario de "La Chata" como sólo Usted lo merecía.
 
   Toda la ciudadanía sabía que el Maestro Dámaso González era cercano, amable, de palabras concisas pero agradables, sin embargo a mi siempre me daba pudor hablarle. Bastante hacía con aguantar mi cámara en el ojo soportando la fijeza de un Maestro. Pueden corroborarlo mis amigos de Munera, aquellas tardes de verano en las eras, mientras que mecíamos las muletas cosidas por nuestras madres y sosteníamos los estaquilladores improvisados con sarmientos, yo siempre me pedía ser Dámaso González. Enrique Ponce era muy joven aún, Paquirri ya había fallecido y Ortega Cano no terminaba de convencerme, sin embargo, Dámaso González era de la tierra que yo más adoraba, siempre estaba metido entre los pitones haciendo alarde de su valor, aparentemente odiaba el corbatín del vestido de luces (a mi la corbata tampoco me cuadraba mucho en un vestido de torear) y encima manejaba como nadie la mano derecha y yo con la mano zurda casi no se ni peinarme, así que lo tenía claro: ¡yo me pedía ser Dámaso!.
 
  
 
 
   El pasado invierno, pasé por delante de Los Prados, la finca albaceteña donde pasta el ganado de su hija Sonia González. Observé aparcado cerca de la carretera el Toyota Landcruiser que solía conducir el Maestro Dámaso, hacía un aire de mil demonios, el cielo amenazaba chaparrón del gordo y a unos 150 metros del coche, un tipo menudo, con chubasquero verde y las manos a la espalda caminaba mirando al suelo, con una navaja en la mano izquierda y un cigarro en la derecha, no podía ser otro... Paré en el arcén, me bajé, me acerqué a la alambrada y superé mi pudor:
 
   - "Buenos dias Maestro, demasiado fresco para andar paseando".
 
   - "Buenos dias, si, pero es que las setas no van a casa, hay que buscarlas".
 
   Lo que esperaba, una frase y me dejó sin puntilla... Pero por fin crucé una frase con uno de mis ídolos, por fin le pude estrechar la mano aunque fuese por lo alto de una alambrada al Maestro del Temple, a Don Dámaso González.
 
 
   El pasado 27 de Julio tuve la oportunidad de visitar su casa, fue durante un tentadero en el que el Novillero Mario Sotos toreó dos vacas, muy buenas, dicho sea de paso.
 
   No es novedad si expreso mi agradecimiento por su hospitalidad y la de su hijo, era mundialmente conocido, siempre fue generoso con los jóvenes que soñaban con ser toreros, las puertas de Los Prados nunca se cerraban, estaban abiertas las 24 horas. El Maestro Dámaso no conocía esa frase que sueltan muchos ganaderos con más de 400 vacas madres, esa hipócrita frase de: "Es que no me quedan vacas para tentar"... Querer es poder y el Maestro eso lo tenía claro.
 
 
 
   Quién iba a esperar que faltaba menos de un mes para la eterna despedida, se consumía el tiempo más rápido aún que el cigarrillo que siempre acompañana a su genial mano derecha.
 
 
   Hay que cuidar a los que queremos, es lo único que queda, como decía su hija Sonia momentos antes del funeral. Nuestra vida cotidiana está llena de enfados absurdos sin conocer en que momento partiremos.
 
 

   Algo tendría Usted cuando la Catedral de Albacete puso el cartel de No hay billetes para darle la despedida que se merecía un Ángel con vida terrenal al grito de "¡Torero, torero!".
 
 
   En definitiva, nos deja rotos, Albacete queda desmembrada, muda.
 
 
 
   Sin lugar a dudas, el recuerdo generalizado será para Usted esta Feria del Centenario, muchos brindis se lanzarán al cielo de La Chata y las lágrimas serán abundantes, lágrimas por un gran hombre, por un corazón inmenso. Gracias por tanto Maestro. Me seguiré pidiendo "ser Dámaso González" por siempre. Descanse en Paz.