De todos es sabido que al igual que la regla matemática de que dos más dos es igual a cuatro, cuando el hambre aprieta se es capaz de hacer prácticamente de todo para "sacar un poco el cuello".
Desgraciadamente, no siempre la picaresca o el embuste va asociado al hambre, porque llega a ser hasta comprensible, que aquel que cuenta con varias bocas que alimentar hurte alimentos o un par de pantalones. En ocasiones, los timos, los robos o los engaños son fruto de un modo cómodo de ver la vida, la forma de no tener que doblar el riñón ni pasar calor para cobrar a final de mes.
De este modo, en tiempos como los que atraviesa nuestro país hoy, es frecuente que el telediario aborde noticias como el asalto y saqueo al Mercadona de una localidad sevillana (con agresión incluida a una de sus dependientas), la detención de una banda de ciudadanos de etnia gitana que utilizaban a menores de edad para robar en joyerías cantidades muy suculentas de oro y dinero en metálico o que existan grupos muy organizados que se dedican a abordar ancianos justo a la salida de las entidades bancarias para arrebatarles su mísera paga mensual.
Bien, pues algo similar a esto último ha sido lo que le ha sucedido a mi abuela.
Con el único fin de arreglar unos desperfectos de unos pendientes de oro (con mucho más valor sentimental por ser un regalo de mi fallecido abuelo Paco), llevó hace varias semanas los mismos a una joyería regentada por un joven de nacionalidad turca. La habían hecho acudir a por los pendientes como cuatro o cinco veces, pero casualidades, nunca estaban listos y la emplazaban a volver pasados unos días. Ya con la mosca detrás de la oreja decidió acudir a la joyería y reclamar los pendientes para llevarlos a otra tienda, pero su sorpresa fue mayúscula al descubrir en la puerta un cartel anunciando que el local se alquilaba.
Nerviosa y angustiada se puso en contacto con otras personas que tenían el mismo problema y un día, acompañados por la Policía Local, tan sólo consiguieron la respuesta de que el material se perdió en el trayecto al taller y sólo pueden devolver el dinero. Mi abuela, desbordada por la situación, tan sólo aceptó 70 euros pensando con buen criterio que "más vale pájaro en pano que ciento volando". Antes de ayer, como último recurso, me pidió el favor de intentar hablar con el hábil turco.
La pobre tan sólo me pedía que no me metiese en problemas, y con una fotografía en mi teléfono de los pendientes (que me proporcionó mi paciente tia Carmen), me planté en la puerta de la joyería. Me recibió un joven altanero, más bien musculado, marcando brazo con un polo blanco ajustado. Tras el mostrador le acompañaban su padre (con un bigote como una zarza) y una chica española jovencita, supuestamente la novia del musculoso.
Siempre es buena técnica la de hablar claro, y como decía en el post del otro día, desde el nacimiento de mi hija, los pelos de la lengua los he perdido totalmente y veo la justicia de una manera mucho más transparente. Fuí claro y conciso, le informé de que las piernas de una casi octogenaria no están tan habilitadas para andar dando paseos cada dos días bajo la solanera de Julio y Agosto y le prometí que los 70 euros entregados a mi abuela estarían de vuelta en su mostrador, eso si, siempre a cambio de unos pendientes nuevos, idénticos a los extraviados. Al principio fue algo flamenco, pero justo al plantear la opción "b" de vernos en un juzgado, dos mujeres más entraron en la tienda reclamando lo mismo que yo reclamaba para mi abuela. La única diferencia es que yo no lo hacía a voces y ellas si...
Supongo que fue la mente de su novia, mucho más cuerda, la que discurrió con rapidez y aceptó la opción A, emplazándome a una llamada telefónica para decirme cuando estarían los pendientes en la tienda. Hoy he recibido esa llamada y mañana acompañaré a mi abuela a por esos pendientes, que si bien es cierto que no serán los que pasaron un dia por las manos de mi abuelo, ayudarán a quitarle a ella esa preocupación, totalmente comprensible. Todos estos días, hasta la previsible resolución del caso son los que mi abuela se ha pasado nerviosa perdida con parte de mi familia en la sierra, y de ahí el adjetivo de "paciente" atribuido a mi tia Carmen, la que me realizaba las llamadas telefónicas para informarme puntualmente de los detalles. Pero bueno, confiemos en el final feliz y ahora toca convencer a la abuela para que se gaste el dinero en viajes y no en joyas, siempre sacará mucho más.
Mil ojos, eso es lo que hace falta hoy por hoy. ¡Ah! y recordar no jugar nunca con los trileros de la foto del post de hoy... fracaso asegurado.
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