Es de sobra sabido que ocho horas en un coche dan para mucha conversación, hoy mientras transitábamos una carretera repleta de chalets a derechas e izquierdas que ya los quiera yo para mi, me lanzaba mi compañero una pregunta muy interesante. Le picaba la curiosidad respecto a qué sucede si en un tentadero, donde las fincas suelen estar ubicadas en mitad del campo, un torero recibe una cornada fuerte que le obligase a ser trasladado a un hospital para ser atendido.
Mi respuesta ha sido concisa, los casos que conozco (que afortunadamente no son muchos), siempre han terminado con una pronta llamada al teléfono de emergencias, que a su vez a puesto en marcha el helicóptero de rescate, ya que como bien aludía anteriormente, aunque hay fincas que tienen un excelente acceso y no distan mucho de una buena carretera para emprender traslado en automóvil, otras tienen unos caminos de kilómetros, con baches del tamaño de un oso y que para remate dan a parar a una carretera llena de curvas que desemboca en un pueblo de 20 habitantes donde tan sólo viene un médico cartera en mano los martes y jueves de 8 a 10 horas.
Aunque precisamente para evitar todos estos indeseables sucesos, lo que suele hacerse es cortar la punta de los pitones de las reses a lidiar y terminar la operación con una buena sesión de "afeitado" de pitones o cuernos a base de lija. De ese modo se intenta cambiar la posible cornada por una voltereta, que lo normal es que sea más leve, aunque no deja de ser peligroso. Y si no que se lo digan a El Chano, excelente banderillero postrado en una silla de ruedas a raíz de un incidente como el que describo, sucedido en Ávila, o a Antonio Mejías Bienvenida; éste, tras torear a la vaca de nombre Conocida, de la ganadería de Amelia Pérez Tabernero y abrirle la puerta para que escapase hacia el campo se dispuso a comentar la faena con el resto de asistentes al tentadero. La vaca cogió camino hacia la dehesa, galopó y pareció escapar pero inexplicablemente, se dio la vuelta y entró de nuevo en la plaza sorprendiendo a Bienvenida por la espalda pegándole un volteretón que le produjo una complicada fractura de cervicales. El diestro, dos días después fallecía en el hospital madrileño de La Paz.
En definitiva, ¿por qué esta clase de historia taurina?, tan sólo era para fundamentar mi recuerdo de tiempos pasados.
Cuando siendo niño viajábamos en aquel Renault 18 azul al pueblo de mi madre no existía la gran autovía que hoy nos abrevia el trayecto en casi una hora, por lo tanto atravesábamos varios pueblos. Siempre me agradaba el viaje, siempre me ha entusiasmado el paisaje de La Mancha, me enloquecía ver las viñas, los olivos, los almendros, las casitas bajas pintadas de cal con su puerta cubierta por una tela para que no entrasen los insectos, además, casi todas las puertas eran cubiertas por el mismo tipo de tela, ese típico telar de color rojizo que cubre los cojines y las tarimas típicas manchegas.
Otra de las cosas que me llamaba mucho la atención, eran los puestos de primeros auxilios de la siempre admirada Cruz Roja. Yo pensaba siempre hacia mis adentros "¿Qué habrá que hacer para formar parte de esa gente?" "¿Realmente habrá gente dentro de ese cuchitril con las paredes desconchadas, o sólo aparcarán esa ambulancia vieja en la puerta y echarán lumbre para que salga humo por la chimenea y parezca que hay gente?". No me imaginaba que si algún día necesitásemos algo, en esos pueblos que en invierno a partir de las 6 de la tarde no se ve a nadie por las calles, hubiese alguien perenne para atendernos.
Eso si, cuando comenzaba a asomar la torre del campanario de la iglesia de Munera en el horizonte, ya estaba yo dándole a la manivela para bajar la ventanilla, sentir en mi nariz el olor a lumbre de cepa de vid, ya lo sentía, cruzábamos el puente del río, alcanzábamos la piscina, la plaza de toros, ¡¡el Puesto de Primeros Auxilios de la Cruz Roja de mi pueblo!!, signo inequívoco de que el abrazo y el beso a mis abuelos estaba ya muy cerca. Qué pronto se pasa la vida...
Buenas noches a tod@s.
Otros haciamos el trayecto desde la mancha hasta tierras murcianas, pero las sensaciones eran las mismas; el campanario de Barqueros a lo lejos, el olor a lumbre en invierno o el canto de las chicharras en verano, y al llegar..... el reencuentro con los abuelos. Que tiempo tan feliz y efectivamente, que pronto se pasa la vida.
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