miércoles, 15 de mayo de 2013

No uno ni dos, doce años después.




   ¿A quién no le ha pasado que cuando pegas un tropezón en público, donde más gente hay, te entran unos sudores similares a los de la muerte y la vergüenza te hace sentir que cuatro segundos son una eternidad?, o cuando le preguntas a alguien por aquel familiar que ya hace tiempo que no ves (simplemente para ser cumplido) y te contesta que fulanito o menganita es que lleva enterrado meses... son instantes en los que el segundero parece haberse detenido, a pesar de desear que la tablilla imaginaria de la secuencia anuncie otra posterior, hay que pasar el mal trago y aguantar el chaparrón.

   Pues es curioso, pero el pasado lunes me sucedía justo lo contrario, una eternidad me pareció un segundo. Doce años, doce inmensos años habían pasado desde que abandonamos aquel Colegio de Fuencarral para cada uno disparar a la diana que más le gustase y probar suerte, formar nuestros futuros, alzar el vuelo y abandonar el nido. 

   No podía imaginar que tantísimos años podían pasar a tal velocidad y es que, echando la vista atrás, al lado de las personas que aparecen en la imágen superior hubiese pasado no sólo cuatro como pasé, sino cuatrocientos. 

   Si bien es verdad que a los únicos que no veía desde acabar COU eran a Dani y Eva, jamás hubiese podido imaginar a Lydia con una tremenda tripa correspondiente al octavo mes de embarazo, ni jamás hubiese pensado que Susana estaría desquiciada con los preparativos de su enlace matrimonial, ella que sólo pensaba en matemáticas y la historia del arte. No me hubiese hecho a la idea de que el cabronazo de Santi cogería el testigo de su padre y haría remontar el vuelo a niveles insospechados aquella pequeña oficina de seguros. ¿Quién iba a imaginar que Ainhoa podría algún día peritar el coche de un histérico accidentado? ¡ella que era lo más nervioso del planeta!. No podría suponer que Patri buscaría en un chico dos veces ella, de puro músculo, el amor de su vida. Ali trabajando en uno de los principales hospitales de Madrid, Silvia, que podía partir en un partido de fútbol siete u ocho meniscos pegando patadas, decidió inteligentemente emigrar a la sierra madrileña a vivir y ejercer allí su profesión, Eva, con su risa contagiosa cruzando miradas conmigo en un mensaje único de "¡cómo se va el tiempo Josito!". Dani con más carreras que un etíope y mi amigo Antoñito trabajando en la Aduana... y luego dice el mamón que yo quito dinero y puntos...

   Una tarde que sólo me hizo darme cuenta de una cosa: que estaba tremendamente confundido una mañana de septiembre de hace más de una quincena de años, cuando maldecía por dentro a mis padres por haberme matriculado en aquel colegio de monjas en el que tendría que lucir un uniforme idéntico al de un cartero y que su interior me recordaba a una piscina municipal, por el alicatado verde del pasillo y las aulas.

   Y digo que estaba confundido chic@s, porque allí se cruzó mi camino con el vuestro, personas nobles, cariñosas, risueñas, amables, sensatas. Adolescentes que dimos juntos un cambio lento pero brusco, que si bien hicimos nuestras trastadas nada tenían que ver con la malicia de hoy en día. Sólo me queda agradeceros que fueseis parte fundamental en mi vida.

   Hoy y siempre, tendréis vuestro hueco "Foncuberto" en mi corazón.

   Buenas noches a tod@s.

2 comentarios:

  1. Se me han puesto los pelos de punta.
    Me encanta

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  2. Ahora sí que está terminado, y sí cabe, me gusta más. Mil besos. Silvia.

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