Hace tan sólo tres o cuatro días, como de noche es imposible dormir con la nenita, mientras permitíamos que Marta durmiese una hora o una hora y media extra, Laia y yo estuvimos viendo un programa de la Sexta donde diversas personas totalmente anónimas (quiero decir que no eran famosos), mostraban sus casas a la reportera. Solían ser casas peculiares por uno u otro motivo, algunas construidas sobre castillos de hace tres o cuatro siglos, otras eran minimalistas y modernas en exceso para mi gusto y otras simplemente se decantaban por un estilo más clásico, mas rural.
Una de esas casas era una hacienda típica sevillana, de paredes blancas inmaculadas, con dinteles en los grandes ventanales pintados de color albero, rejas de forja, muebles rústicos, en fin, se veía una vivienda tradicional. Del mismo modo eran sus habitantes, muy tradicionales, hasta el punto de que la reportera quedó extrañada; era un matrimonio joven de unos treinta años, recién casados y como tal, la chica le mostró orgullosa a las cámaras una mantelería y unas toallas bordadas a mano por su madre que componían su ajuar.
La reportera afirmaba a la muchacha que no era habitual encontrar hoy en día gente de su edad que conservase la tradición del ajuar, fue entonces cuando me sentí identificado, ya que la anfitriona le replicó con el argumento de que quizás era mucho más habitual de lo que se pensaba.
Tanto en mi familia, como en la familia de Marta (mi suegra E), siempre ha existido alguien que ha destacado por sus habilidades con la aguja, el hilo y la lana.
Para mi era una auténtica maravilla el ir a coger aceituna en las frías mañanas de Munera, con los pies calentitos abrigados con los calcetines gordísimos, hechos a mano de lana por mi abuela Esperanza o tener las manos cubiertas con unos guantes "Made in Munera" que sólo llegaban hasta la primera falange de los dedos, para no entorpecer la actividad de las manos.
De la misma manera, recuerdo con una inmensa simpatía la infinidad de prendas que mi madre nos cosió a mi hermano y a mi, desde una chaqueta americana azul marino con botones dorados, hasta un jersey azul con una franja roja que mi hermano solía elegir muchos días para ir al colegio, de hecho, en una orla aparece con su jersey más chulo que un ocho.
Mi abuela Alejandrina, como se puede observar en la fotografía de hoy, es también una perfecta tejedora. Además lo que me llama la atención es la tremenda rapidez con la que es capaz de fabricar una bufanda, un gorro, o un "tapabocas" como ella dice, para que "no pasar frío de servicio". Ya me había pedido varias veces que le hiciese a Laia una foto con el "quit" de prendas que le ha cosido para no pasar frío, lo que pasa que parece ser que la lana le provoca picor de cabeza y hay que estar astuto para hacer la foto, porque le dura en la cabeza un segundo...
En definitiva, que duren mucho pero mucho mucho las abuelas y las bisabuelas, porque de esa manera están aseguradas dos cosas, los pies calentitos por los patucos de punto y el máximo cariño.
Buenas noches a tod@s.