sábado, 31 de marzo de 2012

El número 13, un gato negro o cruzar los dedos



  
   Como much@s sabeis, durante los años 2008 al 2010, sin controlar demasiado bien mis impulsos, hice mis pinitos en el mundo del toro. Es cierto que no he sido José Tomás, pero tampoco he sido de los malos del todo. Intento hoy en dia matar el gusanillo de esa droga que para mi es el mundo del toro con mi cámara de fotos, pero lo cierto es que echo mucho en falta los entresijos, esas situaciones que el aficionado de taquilla desconoce.

   Un momento de los desconocidos por los aficionados que se limitan a acudir a la plaza y regresar a sus casas es el paso del tiempo antes de la corrida. Esos momentos de miedo, de tensión, de incertidumbre. La tarde que por primera vez me vestí de luces (ya haré uno o dos relatos de mi experiencia taurina), fue en un pueblo de Navarra llamado Mendavia. Aquella tarde en la habitación del hotel donde nos disponiamos a cambiarnos, después de visitar el baño cuatro o cinco veces, a las cuatro en punto se comenzaron a cambiar los banderilleros que me acompañarían. Yo, imintándoles, empecé a desnudarme para comenzar a ponerme las medias y el resto de las piezas que componen el traje de luces, traje que compré a un novillero de Paracuellos, el famoso pueblo madrileño donde vive Belén Esteban. Ya tenía puesto casi todo, tan sólo me faltaba coger del porta trajes la montera ya que el capote de paseo lo tenía encima de una silla de la habitación.

   Haré un inciso para reseñar que si hay un gremio donde se magnifiquen las supersticiones, ese es el mundo taurino. Retomo la cuestión, cogí la montera con mi mano derecha y el capote de paseo con la mano izquierda para inmediatamente colocarlo sobre mi antebrazo derecho, pero antes de salir de la habitación me picó la curiosidad por verme la cara de puro acojonamiento en el espejo del baño, y dejé la montera y el capote encima de una de las camas. "¡¡¡¡¡Nooooooooo!!!!!". Los dos banderilleros que actuaban junto a mi estaban aún en la habitación, del grito que me pegaron casi no me hizo falta llegar a la plaza para hacerme de todo encima. "¡Coge la montera!" yo corriendo la tomé de nuevo en las manos y puse cara de sorpresa, duda e interrogación, no sabía que había hecho mal. Inmediatamente llegó la explicación: "da mala suerte dejar la montera o cualquier sombrero sobre la cama porque presagia que algo malo va a suceder". Bien, tomé nota. Cada uno con sus monteras en la mano y sus capotes de paseo nos encaminamos hacia el pasillo, yo salía el último de la habitación, cuando iba a apagar la luz antes de abandonarla otro "¡¡¡Noooo!!!", "la luz tampoco se apaga, se deja encendida hasta que regresemos", a mi el corazón me latía ya a ritmo de salsa y aún no había llegado a la plaza siquiera, sólo me venían preguntas a la mente, casi siempre la misma: ¿qué hago yo aqui madre mia?...

   Tantas y tantas son las supersticiones del taurino: antes de torear, por la mañana, en la habitación del hotel se coloca el traje de luces en una silla, pues durante el tiempo que está colgado hasta que lo viste el matador o el banderillero, nadie, nadie, nadie, toca el vestido que no sea de su propiedad, da mala suerte; al salir al ruedo para hacer el paseillo, siempre se pisa con el pie derecho, da buena suerte; si el matador brinda la muerte del toro, cuando lanza la montera al aire, si cae boca abajo da buena suerte, si lo hace boca arriba es símbolo de mala suerte; pocos toreros visten de color amarillo en la plaza, si bien Jesulín de Ubrique ha lucido en alguna ocasión vestidos amarillos...

   Son innumerables las supersticiones que a parte de los toreros manejamos casi a diario: cruzamos los dedos para que nos den buena suerte, el trébol de cuatro hojas que da buen augurio, no abrimos un paraguas dentro de casa, si vemos un gato negro o se nos cruza ¡malo!, no dejamos un cuadro torcido, mala cosa si derramamos la sal o rompemos un espejo, nunca solemos pasar por debajo de una escalera ni dejamos unas tijeras abiertas, el dia de la boda las novias llevan algo azul, algo prestado, algo viejo y algo nuevo y por último, sobre todo una mujer que yo conozco muy bien, si ve un coche fúnebre se vuelve loca a darse golpes en la cabeza con los dedos en forma de cuernos...

   Pero no quiero terminar este post haciendo alusión a otras situaciones que, sin ser ni de mala ni de buena suerte, a veces te llaman la atención, te hacen morir de risa, o como la frase típica con la que acabaré hoy, la cual a veces hasta me provoca que conteste un taco:

   - ¿Por qué cuando llueve y no tenemos paraguas, al caminar bajamos la cabeza? te mojas igual.
   - ¿Por qué al coronar una montaña nos ponemos siempre las manos en las caderas?.
   - ¿Por qué cuando miramos al techo abrimos la boca?.
   - ¿Por qué cuando pegas un tropezón vuelves a mirar con cara de mala leche donde tropezaste?.
   - ¿Por qué nos empeñamos en sacar el correo por la ranura del buzón cuando sabemos que lo único que vamos a conseguir es pelarnos los nudillos?.
   - ¿Por qué si nunca usamos las páginas amarillas nos ponemos tan felices cuando nos las han puesto en el felpudo y nos dan ganas de quedarnos con las de todos los vecinos?.
   - ¿Por qué cuando nos cuelgan el teléfono nos quedamos mirando al auricular como si tuviera él la culpa?.
   - ¿Por qué cuando el mando no cambia la tele apretamos más y más fuerte?.
   - ¿Por qué siempre que abrimos una caja de medicamentos siempre lo abrimos por el lado del prospecto?.
   - ¿Por qué nos esperamos siempre a las bodas para que nuestros padres se enteren de que fumamos?.

   Y ya me despido con lo que había prometido, esa frase que no tiene otro nombre, toca cojones: estás sudando a mares, con el culo casi al aire agachado, desriñonado, aspirando y lavando tu coche, y llega el gracioso o la graciosa de turno que te dice "ahora te doy las llaves del mio y me lo lavas"... ¡me cago en!...

   ¡Buenas noches a todos y hasta el lunes!, si Laia me lo permite.

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