Quizás la única ovación que me ha sido brindada a mi exclusivamente fue justo dos días antes de tomar la primera comunión, es decir, en el año 1991. La persona que propuso el mencionado aplauso no fue otra que Conchita, mi catequista.
A unas semanas del gran día, tras un ensayo general de lo que sería la Eucaristía, en el mismo altar de la iglesia de San Pedro de Alcobendas, mi buen amigo Luis Miguel me dijo con un semblante serio y triste que no estaba decidido y que por tanto, no tomaría la Primera Comunión. A mi me pilló un poco de imprevisto y lo cierto es que aquella tarde de abril me fui a casa con una sensación muy rara, me inundaba una profunda tristeza, Luis Miguel iba a mi clase en el colegio Juan XXIII, de hecho desde párbulos habíamos ido a la misma clase; es cierto que no lo consideraba como mi mejor amigo, pero el compartir catequesis durante todos los sábados de dos años nos hizo estrechar un poco más nuestros lazos de amistad.
Al día siguiente de aquel comunicado tan triste nos vimos en clase, tratamos el tema y tras unos minutos de conversación le recomendé que lo pensase bien, que lo hablase con su madre y que se decidiese pronto ya que tan sólo faltaban unos pocos días.
Llegó el sábado siguiente, llegó otro ensayo general y antes de que iniciase le conté a Conchita lo que había pasado una semana atrás con Luis Miguel, que por cierto no había asistido al ensayo definitivo. Mi catequista también se puso muy triste y de hecho los dos dábamos por hecho que ya no lo veríamos aquel 1 de mayo tan esperado.
Pero Dios decidió visitar a Luismi en uno de sus sueños y le recomendó que hiciese caso a mis consejos e hiciese la Primera Comunión, hecho que no olvidaría jamás. La sorpresa que nos llevamos Conchita y yo al ver a Luismi con su chaquetita blanca y su reluciente crucifijo de oro colgado al pecho fue tremenda. Mi corazón rebosaba alegría y de hecho es absolutamente evidente al observar las caras de alegría que lucen esos dos niños abrazados en la fotografía de grupo de aquel día.
Tras la Eucaristía, Conchita desveló nuestro pequeño secreto (la indecisión de Luismi) a todos los compañeros y compañeras, para posteriormente solicitar un fuerte aplauso dedicado a mi, por haber medidado en su decisión final. Me fui imposible evitar la emoción.
Hasta aquí la historia es bonita, pero en el día de hoy ha crecido aun más.
Desde que acabamos la EGB, nuestros caminos se separaron y Luismi y yo no nos habíamos vuelto a ver. Pues bien, hoy una función algo atípica me llevó a realizar un servicio en la base aérea de Torrejón de Ardoz. Dicho servicio hizo que mi compañero y yo nos pusiéramos las manos perdidas de grasa así que decidimos acceder al Cuartel General de la UME para solicitar el uso de un baño para lavarnos. Cual fue mi sorpresa cuando al ir caminando hacia el baño una voz conocida me llamó por mi nombre, al darme la vuelta, me encontré a Luismi con su boina amarilla y su reluciente uniforme militar. Fijaos si es buena persona que después de más de veinte años sin verme, pretendía mantener las composturas y se cuadró militarmente ante mi; por supuesto, antes de eso le tiré de la mano hacia mí para posteriormente pegarle un abrazo de varios segundos de duración.
Claro, lo diferentes mandos que pasaban por allí se han quedado mirando como las vacas al tren, pero estoy seguro que si accediesen al post de hoy, me entenderían a la perfección. Que sorpresas más bonitas esconde la vida ¿verdad?.
Qué bonito!!! no conocía esa historia...
ResponderEliminarYolanda
que bonita historia , tu como siempre "dando la nota" ¡¡¡eres unico!!!! besitos de tu tata
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