martes, 11 de diciembre de 2012

Otro apunte de mi niñez, la fiesta de la matanza



   Ya de vuelta del puente que hemos pasado junto a nuestra querida familia gallega, deseaba dedicar el post de hoy a la descripción de una jornada de matanza.

   Me pilló casi de sorpresa el que mi suegro me anunciase que el pasado viernes había fijado la fecha para sacrificar el cerdo que llevaban engordando desde hacía unos meses. Digo que me pilló por sorpresa porque si bien sabía que lo tenían, no pensaba que tuviese decidido ya el día.

   En definitiva, como es habitual en mi suegro, todo estaba perfectamente organizado para primerísima hora. La comitiva era corta, Juan (un amigo de mi suegro que a la postre sería el encargado de poner fin al porcino), mi cuñado Luis, mi suegro y yo. Siguiendo las instrucciones de mi suegro a mi me tocó sujetar contra la pared de piedra gallega al animal en el momento en el que le entrase el afilado cuchillo de Juan, mi cuñado recogería en un cubo la sangre del animal para hacer las morcillas y mi suegro sería el encargado de mantener el pulso con el cerdo, tirando con fuerza de una cuerda que ataba el hocico del animal.

   Quien tenga un mínimo de sensibilidad, entenderá que no es plato de buen gusto notar en mis propios dedos el temblor de un animal que siente la agonía de la muerte, pero también es cierto que no era la primera ocasión que lo vivía.

   Justo en aquel momento en el que me corrían las gotas de sudor por la mejilla al hacer fuerza, rezando para que los agónicos chillidos terminasen cuanto antes, se me pasaron por la cabeza millones de secuencias aisladas, todas con un mismo escenario: los fríos inviernos de Munera, el pueblo de mi madre.

   Mis abuelos Pepe y Esperanza siempre criaban cerdos en casa para al llegar invierno, justo esta época de finales de noviembre o primeros de diciembre, hacer la matanza. Era un día de fiesta, toda la familia y los amigos más allegados eran invitados y sabían con mucha antelación la fecha. Desde muy temprano la casa de mis abuelos se llenaba de gente, los hermanos de mi abuelo, Juanjo, Paulino, Cruz, casi todas las hermanas de mi abuela con sus respectivos esposos, Juana y su marido Juanjo (Chorriles como se le conocía en el pueblo), en definitiva (no puedo nombrar a todos ya que entre primos y tíos podría haber más de 50 personas), el corral se quedaba pequeño ante tantas personas y las gallinas no eran capaces de encontrar un hueco libre y tranquilo igual que la perrita Loli.

   Exclusivamente los hombres adultos eran los encargados de coger al cerdo, que por lo general pesaban cerca de los 200 kilos. Tras inmovilizarlo era subido a plomo a una mesa muy antigua y robusta de madera, tras atarle las patas era pinchado en el lugar preciso, rápidamente una mujer ponía un barreño o cualquier recipiente para recoger la sangre que posteriormente sería usada en las morcillas. Me llamaba mucho la atención ver a esa mujer (casi siempre con el pañuelo de cuadros a la cabeza), cómo daba vueltas a la sangre enérgicamente con un palo con el fin de que ésta no se cuajase, ya que de lo contrario no serviría para nada.

   Una vez muerto el animal, comenzaba la labor de extracción de las vísceras, cosa que a mi me daba bastante asco, así que me entretenía más ir a la "cocinilla" donde había una buena lumbre para calentarme las orejas y las manos a la vez que veía al resto de mujeres y chicas pelar cebollas. Siempre se escapaba algún chismorreo que era interesante de cazar...





   Me sorprendió ver el pasado viernes que mi suegra no aprovechase las tripas del cerdo que se había matado para hacer sus ricos chorizos, pero quedé perfectamente aclarado cuando me dijo que todo el trabajo de la limpieza de las tripas en la actualidad lo ahorras comprando con tres euros en la carnicería las tripas lista para rellenar de materia prima.

   Es otra imagen que tengo grabada en la mente, mi abuela Esperanza sujetando la punta de una de las tripas mientras que mi madre o mi tata le echaba con un cazo agua caliente de un puchero ubicado junto a la lumbre de leña de oliva. Igual que mi abuela el resto de mujeres se repartían la tarea de limpiar tripas, cortar sebo y trocearlo para los chorizos o elaborar la masa con pimentón y demás especies. Normalmente esa tarea la hacía mi madre, se tiraba minutos y minutos amasando de rodillas con sus puños la inmensa masa rojiza que le manchaba por completo los brazos hasta casi las axilas.

   Durante todo el trabajo la bota de vino no paraba de pasearse de aquí para allá, llegaba el almuerzo para "catar" la masa obtenida para los chorizos, cuya muestra era preparada para su aprobación en una pequeña sartén vieja, sobre unas diminutas trébedes o patas de hierro. 

   Estábamos en Albacete, ciudad de la cuchillería, por lo tanto al llegar el medio día de cada bolsillo de los pantalones verdes y marrones de pana empezaban a salir navajas de todo tipo, grandes y pequeñas, para empezar a cortar sopas de pan y degustar las increíbles "gachas de mataero", regadas por la redoma de vino y  acompañadas por las "tajás" del ingenuo gorrino que esa misma mañana pensaba que el de la gorra que abría la puerta de su choza había madrugado tanto para echarle de desayunar la ración diaria de pan amasado con harina y agua.





   Recuerdos de niño, recuerdos de olores a pelo chamuscado por un soplete, recuerdos de risas al rascar con un trozo de teja la piel del cochino, recuerdos de fiestas amigables y familiares, recuerdos que no vuelven, como sus protagonistas. Sólo eso, recuerdos.

   Pero no quiero acabar melancólico hoy, así que admitiré que ¡también es un grato recuerdo el olor que desprendían los chorizos y las tajadas de lomo desde el maletero del Renault 18 de mi padre durante todo el viaje de regreso a Madrid!.

   Seguro que algun@ habéis revivido sensaciones similares con el post de hoy.

   Buenas noches a tod@s.

3 comentarios:

  1. Hola Jose llevabas razon hoy me ha encantado tu post . Por unos minutos me he ido con la imaginacion a la cocinilla,al corral,al porche y veo al"gorrino" abierto atado en la escalera de madera ¿ te acuerdas? pero yo me acuerdo de una mañana que me dijo la abuela ¡¡ no os levanteis hasta que el gorrino pare de chillar !! y me vi negra para poder entretenerte en la cama y explicarte que pasaba en el corral aquella mañana , tu eras muy pequeño , pero tan espabilado ......Me ha gustado mucho y las fotos.... UN BESO ENORME . Tu tata.

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  2. Tenemos que organizar nosotros una !!! jajajaj Antonio.

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  3. La verdad es que podias haber hecho gala de tus dotes de puntillero y haber acabado con la agonia del pobre bicho. Me voy a ver si sigo con el sardo.......

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