miércoles, 12 de diciembre de 2012

La elegancia del baile sobrio




   Si bien es cierto que cada día disfruto más de la fotografía que realizamos en el estudio durante las clases del curso que estoy realizando, hoy quizás haya sido la que más he degustado; una clase en la que los noventa minutos se me han esfumado como un mero puñado de segundos.

   Ver a la pareja de las fotos del post de hoy bailar me hacía apretar el disparador de mi cámara casi sin pensarlo, mis ojos se mecían a la vez que sus cuerpos hacíendome difícil el captar unas instantáneas que a la postre me han resultado excepcionales.

   A la vez que escuchaba los compases de los ritmos latinos, mi cabeza se remontaba a un mes de febrero del año 1994.

   Me refiero a la celebración de un baile, una noche de carnaval en Munera. A pesar de que a mi nunca me ha gustado disfrazarme aquella noche asistí por vez primera al baile que como todos los años, se celebraba en el Restaurante El Viso. Iban todos mis amigos y amigas, unos llevaban disfraz y otros como yo tan sólo asistíamos para disfrutar de la orquesta y hacer uso de la consumición que incluía la entrada al recinto.

   Aquella noche, entre mi grupo de amigos se encontraban unas gemelas, Fátima y Maria Elena, Hassan de primer apellido. Algun@ de mis lectores saben ya a quien me refiero, pero para quien no las conozca, Fátima y Mª Elena eran adoptadas; su padre de acogida era el médico del pueblo y pasados unos años debido a un traslado profesional, cambiaron su domicilio a la bonita ciudad de Granada. Por cierto, hace años que no volví a saber nada de ellas, nuestra comunicación postal se interrumpió y nunca más supimos los unos de los otros.

   Bien, la noche de marras, Maria Elena se empeñó en enseñarme a bailar, a mi la verdad es que me daba mucha pero que mucha vergüenza, pero ya que todo el mundo estaba agarrado a su pareja yo no podía ser la excepción. Prometí bailar con ella el siguiente pasodoble que sonase y a los pocos minutos la orquesta comenzó a tocar una pieza obligada en casi todas las bodas, bautizos y comuniones, el pasodoble que lleva por título "No te vayas de Navarra".

   Maria Elena corrió hacia mí, me obligó a cogerla fuertemente de su cintura y a pegar los cuerpos hasta más no poder. Los sudores eran copiosos, pero bueno, salí airoso del encuentro y hasta lo disfruté, de hecho hasta la finalización de la fiesta estuvimos bailando todos los pasodobles que sonaban, se me escapaba algún pisotón, pero eran considerados gajes de principiante.

   Con el paso del tiempo, llevé al extremo mi afición por la música y aprendí a tocar el trombón de varas recibiendo clases de solfeo como ya conté en otras ocasiones. Desde aquellos años, al igual que me es imposible pasar por un centro comercial y no pararme en la tienda de animales, no puedo asistir a las fiestas de un pueblo y no presenciar al menos, cinco minutos de verbena. Me enloquece escuchar los acordes de un pasodoble torero, de un vals, de una cumbia, o de un cha cha chá.

   Pero claro bailarlo es otra historia. ¿Quien no ha visto a esa manada de octogenarios sentados al rededor de la pista de baile con las piernas tapaditas por una toquilla de punto?, de hecho alguno hasta se queda durmiendo en la incómoda silla de plástico, pero ahí está cubriendo su asiento de cotilla preferente. Y venga a cotorrear y cacarear: "fíjate Fulanita, como se arriman aquellos dos indecentes" "mira mira que falda más corta lleva Mengana", "¿pero aquel de allí no está casado con Fulanita? ¿pues que hace bailando con Menganita?"...



   La asistencia a la verbena es en un 80 % para la crítica al prójimo, pero eso si, lo que de verdad es asombroso es cuando del grupo de jubilados apotronados en sus sillas, surge una pareja que inicia a poner en práctica esos pasos aprendidos en la escuela a la que asisten. Me enloquece ver bailar a una pareja que asiste a clases de bailes de salón. Conozco a un matrimonio algo atípico a la vista, es verdad que ella posee un considerable sobrepeso y él es espigado, delgado y siempre viste con traje y corbata, pero la primera vez que yo les ví bailar el tango que cantaba Julio Iglesias, "Y todo a media luz", hicieron que se me pusiera la piel de gallina y taparon muchas pero que muchas bocas precipitadas.

   En fin, a ver si cuando crezca Laia convenzo a Marta para apuntarnos a bailes de salón. Nunca creo que llegue a bailar como esta pareja, pero al menos sangre torera sé que llevo en las venas así que el pasodoble espero sacarlo adelante.

   Buenas noches a tod@s.

2 comentarios:

  1. Algo pequeñito...........

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  2. Que patorras de la bailarina.....uffffffffffff
    Me ha puesto cardiaco. Necesito relajarme un poco. Voy a ver si pinto un torito sardo......

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