Hace escasos cuatro días sacó un compañero de trabajo un tema que yo personalmente no había tratado en voz alta nunca.
El asunto giraba en torno a lo que cada uno observa a la hora de analizar una persona. En mi caso por ejemplo es habitual observar los ojos de mi "oponente", ya que no suelo ser de esas típicas personas que eluden la mirada y conversan mientras pierden la vista en el suelo o el cielo. Del mismo modo me gusta que la persona con la que trato sea correcta y seria, no me agradan los sarcasmos ni las bromas cuando no me conocen de nada, en cambio soy el primero en producir la broma y el chiste cuando ya existe una mediana confianza.
Bien, pues este compañero hacía incapie en que le es inevitable observar las manos, repasarlas e incluso memorizarlas.
Estoy convencido de que a todos mis lectores les habrá pasado algo similar al ejemplo que voy a relatar a continuación. Soy aficionado a las setas, por lo que cuando comienza la temporada, se coge con un ansia especial y soy capaz de estar toda una tarde o una mañana sin levantar la mirada y sin despegar los ojos de la manta otoñal que cubre las laderas, como si me las fuesen a quitar todas.
Claro, tal es la fiebre de las setas, que cuando llega la noche e intento dormir, al cerrar los ojos, sólo veo setas, setas y más setas, junto a cardos, hojas secas y piedras.
Pues algo similar es lo que me ha pasado estos últimos días con las manos. Basta que comentásemos el asunto el otro día, para que todo el fin de semana e incluso hoy mismo, no pare de fijarme en las manos de todo el mundo.
Durante el fin de semana, he repasado minuciosamente las manitas de mi hija, al ir a comprar el pan, me fijo en las diminutas manos del oriental que me alza la bolsa de papel, al saludar a mi vecino con el típico apretón de manos, hice la comparativa de sus dedos y los míos...
El remate, al ir a controlar hoy a un camionero portugués, le pedí que me cediese el sitio para comprobar tacógrafo y documentación del vehículo... ¡Ay madre! qué manos llenas de berrugas y grietas, las uñas como un periquito y llenas de porquería...
No me cabe la menor duda de que no tienen nada que ver las manos que tenía mi pobre abuelo Pepe, de trabajar toda su vida en el campo, con las que puedo tener yo, que lo único que hago es conducir una moto o un coche, pero tampoco me puede negar nadie que un bote de crema de manos de la marca más barata puede adquirirse hasta en una vía de servicio, ¿o no es así?.
Increíble, llega mi mujer de trabajar y antes de darme cuenta de que viene empapada por la lluvia, me doy cuenta de que lleva una matrícula escrita en su mano izquierda... ¡A ver si soy capaz de parar!.
Buenas noches a tod@s.
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