Querida pequeña:
Esta misma tarde me tronchaba yo sólo, sin ayuda de ningún chiste ni de algún video gracioso. Me reía cuando estábamos tú y yo solos en el salón, intentando entretenerte con el fin de dejar a mamá un momento libre para poder ducharse.
Resulta que de lo más hondo de mi, con ese sentimiento de padre que ahora, tranquilo tras el curso, experimento a diario al verte una pequeña legaña he humedecido mi dedo índice con mi propia saliva con la intención de así poder limpiarte con más facilidad.
Claro, tras haber realizado el gesto, me ha sido inevitable remontarme a mi niñez, a esos dias en los que yo esperaba tan chulito junto a mis amigos en la cola de espera para entrar al colegio, apoyado en esa pared chapeada de porcelana que nunca se me olvidará. Justo en ese instante en el que tu juegas a ser mayor, haciendo comentarios sobre chicas, sobre motos, sobre yo que se que, se acercaba mi madre con dos dedos mojados de saliva para limpiarme los restos de leche con colacao que me habían quedado en la comisura de los labios, ¡a tomar por saco! a aguantar las risas y los comentarios jocosos del listo de turno, el caso es que al final de la mañana, hasta el último de la clase sabía que la madre de Jose le había limpiado con saliva la leche de la cara. Intentaré coger la esponja húmeda la próxima vez hija...
La afición a los caballos de tu padre Laia, estoy casi convencido de que nació en un momento puntual, en una atracción que creo que tú nunca disfrutarás por lo avanzado que está ya el parque de atracciones. Cuando yo iba a una feria, antes de pisar la arena que te teñía de un sucio polvo blanco los zapatos impolutos que me había puesto mi madre, o bien tu abuela o bien tu abuelo se encargaban de recordarme en voz medio - alta que tan sólo había presupuesto para montar en dos cosas, y entonces tu abuela Anita metía siempre la cuña de "y dos son dos, no son tres ni cuatro"... A partir de la cuña, yo ya empezaba a darle trabajo a mi cerebro para que eligiera cual iba a ser la segunda atracción que disfrutaría, ya que la primera siempre la tenía muy clara, ¡los caballitos ponis!, eran mi debilidad. Me daban mucha pena, tenían cara de tristes, pero lo cierto es que en lo primero que me fijaba es cual era bicolor, porque ese sería el que posteriormente me llevaría a cuestas.
Otro recuerdo que me vino a la mente fue cuando tu abuela me llevaba a comprar ropa, para mi era más bien traumático. Por aquellas fechas en las que yo contaba con 6, 7 u 8 años mi sombra al sol parecía la de un auténtico botijo, tan sólo le faltaba el asa. Claro, mi madre me metía al probador, se metía ella, yo que era como Falete vestido con un traje de buzo (casi no podía ni doblarme), siempre terminábamos sudando los dos a mares y sin haber elegido prenda alguna, porque la que me quedaba bien de cintura, era inmenso de pata y viceversa. Recuerdo como especialmente traumática la búsqueda de ropa para la boda de mi tata, yo no se las tiendas a las que me llevó mi madre, hasta que al final, en una tienda cercana a la plaza del Ayuntamiento casi cuando estaban cerrando y a dos días del enlace, mi madre me compró un pantalón color verde militar y una camisa de rayas verdes, por cierto, en todas las fotos e imágenes que existen de la boda salgo con los pantalones a la altura de los hombros.
Ahora Laia, un niño va al colegio acompañado por sus padres hasta los siete u ocho años, tu tío Manolo y yo, en cambio, hasta que no terminamos la EGB llevábamos a tu abuela a nuestro lado. En su día podía molestarte por aquello que narraba antes de la guasa de los compañeros, hoy, viendo como está la vida y la juventud en especial, lo valoro.
Y al volver del cole, con la tripa encogida por el hambre, tu ibas imaginando un plato de macarrones, o un filete con patatas, y de repente se te caían los palos del sombrajo, ¡judias!, ¡lentejas!, ¡pescado!, si fuese hoy, seguro que si al niño en cuestión no le gustase, o sin ir más lejos, a ti Laia, tu madre o yo mismo te plantearíamos un menú alternativo que te gustase más. Pues no, de manera muy acertada, Anita decía que eso era lo que había de comer y si no se comía llegaría la hora de la merienda y después la de la cena, en definitiva, las judías caían si o si.
Apuntes de la niñez, de la juventud, que antaño veía de una manera y fíjate Laia, hoy los veo completamente a la inversa. Qué manera de reír cuando me he mojado el dedo de saliva para limpiarte, parecía bobo riendo sólo y tu mirándome con esos preciosos ojos verdes que vas a lucir en tu carita siempre. Sólo espero que mamá y yo sepamos seguir la estela y el camino tan acertado que nos indicaron nuestros padres, fueron excelentes padres y serán mejores abuelos.
¿Quién de mis lectores no se ha sentido identificad@ con alguno de los apuntes que he hecho hoy? ¡Ánimo dejadme vuestros comentarios que me encanta leerlos!.