Después de pasar todo el dia de doy en casa de mis padres, cuando nos hemos despedido hasta mañana, al ver a mi padre sentado en el sillón viendo nervioso el partido del Real Madrid en la tele, me ha venido una imágen bastante lejana a la mente.
Allá por el año 1988, una tarde de invierno, mi padre me preguntó si quería ir por primera vez a ver un partido al estadio Santiago Bernabeu. Por supuesto, asentí y corriendo fuí a contarle la novedosa noticia a mi madre que se encontraba cosiendo en el salón unos pantalones que yo había medio destrozado esa misma tarde en el parque. Aquella tarde jugaba el Real Madrid contra el Osasuna, y aunque ya había comenzado el encuentro, mi padre le pidió a mi madre que nos hiciese unos bocadillos para marchar pronto al campo.
Por aquel entonces, los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado entraban gratis a casi la totalidad de los espectáculos, simplemente indentificándose como tal en la puerta de entrada. Recuerdo con gran exactitud la imágen del Paseo de la Castellana cortado, policias por todos lados, incluso a caballo. Mi padre, para intentar abreviar lo máximo posible y llegar pronto al campo, le pidió el favor de aparcar en el parking del Hospital San Rafael al vigilante de seguridad de la entrada. Para el que no lo conozca, es un hospital que dista del estadio del Real Madrid unos cuatrocientos metros aproximadamente.
De camino hacia el campo, al ver los puestos en los que se vendían pipas, agua, refrescos o banderas y camisetas del Real Madrid quedé prendado de una bandera y de una gorra de Hugo Sánchez. Mi padre ni corto ni perezoso, como casi todo lo que ellos se han podido permitir y nunca nos han negado, me compró mi primera bandera y mi gorra de Hugo Sánchez. Me la encajé hasta las orejas y de la mano de mi padre nos apresuramos a llegar a las puertas de acceso al estadio que dan a la madrileña calle de Concha Espina. Mi padre tras identificarse accedió al estadio tirando de mi brazo y recuerdo perfectamente como un portero con chaleco azul y una tripa que me recordaba a los hipopótamos de los documentales que me encantaban de la segunda cadena, se dirigió a nosotros preguntando "¿y la entrada del niño?", mi padre para eso andaba rápido, y un "hemos salido dos puertas más allá para que hicera pis hace un momento" fué la solución, ¡los dos para dentro!.
Jamás podré olvidar la sensación que me produjo subir las escaleras agarrado a un pasamanos blanco, y ver, al coronar la escalera ese impresionante estadio, esa cantidad de público, esa nube de humo que destacaba sobre los focos. No paré de experimentar sensaciones nuevas durante el tiempo que duró el encuentro, cada dos por tres sonaba una alarma que indicaba que en otro campo de España se había anotado un nuevo tanto, y a veces me pillaba tan de sorpresa, que me asustaba pensando que venía el portero gordinflón para echarnos a la calle por no sacar mi entrada. Al descanso, mi padre sacó nuestros bocadillos de jamón, nos los comimos de pie y con un botellín de agua que mi madre había preparado, aunque a mi supo como si hubiera degustado el mejor manjar. Antes de inciar el segundo tiempo repasaron la alineación de la plantilla blanca: "Sin cambios para el Real Madrid Club de Fútbol, con el uno Buyo, con el dos Chendo, con el tres Gordillo, con el cuatro Hierro, con el cinco Sanchís...", Butragueño, Martín Vázquez, Michel y algún otro completaban la alineación.
El resultado fue de empate a uno, pero me llevé mucho más que un empate. Al ver a la gente marchar del estadio mientras sonada el Himno del Real Madrid (el antigüo, el de toda la vida, el de las mocitas madrileñas) pude contemplar con más serenidad la hermosura de aquel cesped, la magnitud de aquel espectáculo. Nació mi sentimiento madridista que aun hoy perdura en lo más hondo de mi.
Al montar de nuevo en el Renault 18 azul que por aquel entonces tenía mi padre, éste me preguntó si me había gustado, yo, abrazado a mi bandera y con mi gorra encajada hasta las orejas, respondí un Hala Madrid expontáneo que provocó las risas de ambos.
Hoy, le han regalado a Laia un carnet de socia de la Peña Madridista Munerense (gentilicio del pueblo de mi madre), es la número 126 y figura su fotillo de recien nacida. Al ver ese carnet me ha despertado aquel recuerdo. El recuerdo de un niño de siete años hondeando su bandera entre una multitud de camisetas blancas, con su bocata en la otra mano y una gorrilla de Hugo Sánchez. Como todo, qué pronto se pasa el tiempo. En un futuro no muy lejano habrá que pedirle al abuelo que le compre a Laia su primera bandera y la lleve a ver un partido, lo único, que en vez de bocadillo habrá de darle el potito.
Recuerdos que perduran y lo harán siempre.
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