miércoles, 18 de abril de 2012

Recuerdos otoñales




   Querida Laia:

   Aprovechando el sueño que te has echado sobre mi antebrazo, mamá y yo hemos cenado a la vez que observábamos el telediario.

   Ha sido un telediario entretenido, muy dinámico. Comenzó con las disculpas de Su Majestad, disculpas que unos creen necesarias y otros no tanto. Algunos ponen de parapeto la crisis contra el gasto de la cacería, otros justifican que nuestro monarca cazaba elefantes en una reserva en la que la superpoblación de los paquidermos afecta a cultivos, a la seguridad de los habitantes de la zona y que además, fué sin coste alguno porque cazaba invitado. El caso es, que al parecer por un apretón de tripas en plena selva negra, Don Juan Carlos besa el suelo como el Papa después de haber bajado rodando doce peldaños sobre su cadera. Eso unido a lo del yerno corrupto y la falta de tacto de Marichalar como instructor de tiro... Va el año redondo para la Monarquía.

   De segundo plato en el telediario, la religiosa que supuestamente repartía bebés como si de cartones en el bingo se tratase. Continuamos con que al término del informativo se van a remover una vez más en sus tumbas a la Sra. Carmina Ordóñez y al maestro Paquirri. No dejan títere con cabeza...

   En definitiva Laia, mientras tu respirabas rápido con tus jóvenes pulmones y tu corazoncito bombeaba sangre a tu cuerpecillo, ha llegado la previsión del tiempo. Y ahí ha sido cuando he obtenido la información más valiosa que me ha ayudado a escribir el post de hoy.

   El meteorólogo, convencido, afirmaba que la lluvia que ya ha llegado a España y que aún falta por llegar será formidable para las personas a las que nos gusta buscar setas en otoño. De repente Laia, me han venido a la cabeza la cantidad de veces que junto a tus abuelos Jose y Ana he ido al campo a buscar setas de cardo, un verdadero manjar para el sentido del gusto.

   Cuando yo tenía aproximadamente unos 10 años, la base militar del Goloso no estaba delimitada con alambradas como actualmente lo está. Era un sitio donde nacían muchísimos cardos seteros, que como siempre ocurre, ayudados por las lluvias del verano y de la primavera, pudren su raíz, para posteriomente dar lugar al crecimiento de la seta. Muchas tardes de otoño mi padre me preguntaba que si quería acompañarle, nunca me negaba. Cada uno llevaba en uno de sus bolsillos una bolsa de plástico (generalmente de Continente, actual Carrefour) y una pequeña navaja, de Albacete por supuesto. El problema radicaba en que yo, como es normal en un niño, tras una hora de andar caminando por el campo mirando al suelo ya estaba cansado y me quería ir a casa; mi padre en cambio, podía tirarse horas y horas sin parar, luego le caía la bronca al llegar a casa por "tener a la criatura tanto tiempo por el campo". Además en muchas ocasiones nos sorprendía la lluvia y no llevábamos paraguas ni chubasquero, así que volvíamos como dos sopas y la bronca se hacía mayor.

   Otro sitio donde solíamos ir era al Soto de Viñuelas, en la M-607 carretera de Colmenar Viejo. Allí me hacía menos gracia ir, porque aunque eran mansas, de vez en cuando ibas buscando setas y al levantar la cabeza, a tan sólo unos metros, tenías a una vaca gigantesta mirándote fijamente, y yo había escuchado en la radio y en la televisión que varias personas, buscando setas en fincas privadas de ganado bravo habían perdido la vida como consecuencia de las cornadas de algún toro.

   Lo que me ha sorprendido siempre es que gente que no conoce ninguna variedad de setas ni de hongos, por el mero hecho de que la gente lo suele hacer, marchan al campo, cogen todas las setas que se encuentran y sin miedo ni comprobación de ningún tipo se las comen. Claro, el resultado en muchas ocasiones es nefasto, fallecimiento por intoxicación. 

   Pero la mayor de las anécdotas nos pasó más cerca de Alcobendas. Mi hermano acudía a clases de piano en un colegio de La Moraleja, por cierto el profesor era un señor búlgaro, llamado Alexander Lubomirov, estaba como una regadera pero de música sabía una barbaridad. Frente a la escuela había y aún hoy existe, un gran espacio de campo donde se criaban muchas setas. Así matábamos mi padre mi madre y yo el tiempo mientras duraba la clase de piano. Por ese trozo de campo pasaba habitualmente un pastor con un rebaño de ovejas no muy numeroso. Pues bien, era un lunes, el viernes estaba previsto un viaje al pueblo de mi madre para visitar a mis abuelos.

   Cuando ya la luz de la tarde tocaba a su fin y la clase de piano estaba a punto de concluir, nos fuimos acercando por el campo hacia la escuela, pero algo nos hizo detenernos en seco, un balido, muy cerca de nosotros un cordero, aún con el cordón umbilical colgando llámaba desesperadamente a su madre. Era precioso, blanco y marrón. Ya no había ni tiempo ni luz para buscar al pastor, que además no sabíamos dónde guardaba las ovejas. Al llegar a casa, lo primero que hicimos fue comprar un biberón en la farmacia de debajo de casa. Rocky (que así lo bautizamos) se clavó el primer biberón de cuatro chupetazos. Le cogimos tanto cariño que hablamos con mis abuelos del pueblo para ver si ellos estarían dispuestos a criarlo. Sabíamos de antemano que no nos iban a negar nuestro deseo, así que mantuvimos a Rocky en el piso hasta el viernes (vaya odisea); cuando tenía hambre que era cada media hora, se mataba a balar y pronto aprendió que si nos seguía a mi hermano o a mi, tarde o temprano obtendría un biberón, así que os podeis imaginar al cordero por el pasillo de un segundo piso siguiendo a dos niños. Que los niños iban al baño, el cordero detrás, que íbamos a la terraza, el cordero a la terraza, ¡vaya cuadro!.

   Mis abuelos criaron al cordero hasta que se convirtió en un macho de más de 25 kilos. Era muy manso, pero jugando, pegaba cada cabezazo a mis abuelos que ya empezaba a ser peligroso. El final de Rocky nunca lo conocimos, sólo recuerdo su imágen subido en una furgoneta. Mis padres nos dijeron que un pastor estaba interesado en él por ser de una raza diferente a la que predominaba por allí y que lo usaría como semental, a cambio a mis padres les dieron muchas chuletas de lechal ya cortadas y listas para consumir en bandejas plastificadas.

   Yo por si acaso, no probé carne en un buen tiempo. Deseaba que verdaderamente Rocky siguiera igual de feliz pero rodeado de hembras en el campo, en plena libertad.

   Recuerdos de otoño de hace ya algunos años. Como suele decirse, ya ha llovido desde entonces...

   Buenas noches a tod@s.

2 comentarios:

  1. Jose... Jose.... las setas no se guardan en bolsas de plástico... !! Negativo que no vas a poder levantar hasta el día de tu jubilación... jejeje

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  2. Hola Jose que recuerdos se me a venido a la mente la foto donde estais tu hermano , manuel y tu dandole el biberon a Rocky en el (porche),pero creo que Rocky acabo como el conejo "orejones"te acuerdas de el,es que menudas habeis montado por Madrid.Un beso para los tres (el mas grande para Laia)jajaja. La Roda

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