Cada vez que llego a mi trabajo, cada vez que veo algún guardia de los que están destinados en la Imprenta Escuela con su ropa de trabajo azul o su bata, cada vez que paso por ese portón grande que da acceso a tu último destino te recuerdo. Tenía bastantes años menos cuando pasaste a la situación de reserva y es por ello que mis recuerdos son más bien pocos, eso si, no puedo olvidar cómo pasaba yo los sábados que te tocaba ir a trabajar entretenido con mi padre, haciendo tiempo hasta que llegara la hora en la que pudieras abandonar la imprenta.
Recuerdo como jugaba al fútbol con una pelota de tenis con mi padre; el juego consistía en poner un límite de tiros a puerta para ver quien marcaba más goles y la portería estaba delimitada por ese portón gris de acceso a lo que siempre ha sido la Imprenta Escuela, esa que veo en la actualidad cada día, cada mañana. Nunca me faltaba un bolígrafo bic, del color que quisiese, casi siempre era rojo, pero también coleccionaba los azules y negros que me habías regalado como si de un tesoro se tratara, de hecho, llenaba una caja blanca de zapatos.
Son también muchas las fotografías que conservo de mi jura de bandera y de mi entrega de despachos, pero ésta que encabeza hoy el post es la que me marca un referente. Yo creo que nunca llegaste a saber lo mucho que significó para mi que acudieses vestido de uniforme el día que recibí el título de Guardia Alumno en prácticas, si bien el abrazo seguido de llanto que nos pegamos después de haber recogido mi despacho te pudo dar una idea. Cuando el entonces Director General del Cuerpo, Santiago López Valdivielso nos observó acabado el acto a los tres juntos conversar durante el vino que se sirvió se acercó a nosotros, nos saludó y preguntó que si éramos familia, entonces tú con orgullo le recalcaste que tenía delante suya a las tres generaciones de la familia. El Sr. Valdivielso se quedó sorprendido y tardó poco en reclamar al fotógrafo para inmortalizar el momento. Yo sacaba tanto pecho que casi me estallaban los botones de la guerrera, que momentazo, que manera de acaparar miradas, que maravilla.
Ayer realizamos una comida de familia que despertó en mí dos sentimientos, en primer lugar diversión, alegría, felicidad, no podía parar de reir. Sentado junto a mis primos Francis y Sebas es complicado estar serio más de dos minutos seguidos, la verdad y si a eso le sumas el vino blanco fresquito ya no hay más que hablar. Además tenía muchas ganas de ver al primero, sin menospreciar a ningun@ del resto de mis prim@s, ya que el que viva en Austria hace que sean contadas las ocasiones de disfrutar de momentos como el de ayer. En segundo lugar tenía rabia porque la mesa no estuviera completa, faltaba mi tía Paqui, mi tío Esteban y mis primas Gema y Laura por residir en Almería y a los que siempre se les extraña una barbaridad a cada evento de este tipo que se organiza (por cierto, que casi siempre es mi padre el que lo hace). En segundo lugar no estaban ni mi mujer Marta, ni mi madre por tener que quedar alguien con la pequeña, con el nuevo fichaje, mi Laia, mi querida Laia (cúanto te hubiese gustado tenerla entre tus brazos y a mi observar ese momento como cuando la mece la abuela).
Pero lo que me llevé en los bolsillos de mi camisa, los más próximos a mi corazón, fué tu ausencia. Esa es la que me remueve el pensamiento al saber que desgraciadamente no podré tenerla más. Con lo que te gustaba comer abuelo (cómo me cuesta hablar en pretérito). Hay miles de cosas que un camarero puede ofrecer de postre, pues no, nos ofreció lo que más te gustaba, crema catalana, esa que bautizabas con el chorrito más que generoso de JB...
Marta y yo decidimos hacer una visita a tu sepultura el día anterior a tu cumpleaños, llevar una planta y rezarte. Pedirte que fuese cuando fuese, ayudases mucho a que Marta y Laia afrontasen el momento del parto sin trauma alguno, que todo fuese más o menos fácil. Llegó el día 7, tu cumpleaños (y el de mi tía Paqui) y Laia empezó a querer llegar a este mundo. No coincidió con tu fecha, pero no me cabe duda de que el llegar el mismo Domingo de Resurrección no fue casualidad. Y cuento con tu ayuda diaria, con tu compañía, con que iluminas cada paso nuestro y cada decisión.
Recuerdo tus valores, tu paciencia, tu serenidad, tu buen humor. Perdura en mi trabajo diario tus consejos, tus maneras de ver la disciplina y tus anécdotas de la Guardia Civil de antaño que siempre tenían un trasfondo. Pero perdura también una cosa que no me gusta tanto, tu ausencia. Seguiré intentando llevarla lo mejor posible, pero hazme un favor, en cuanto te sea posible, lanza al aire un silvido de los tuyos para saber que estás en la retaguardia. Recibe un beso enorme abuelo.
Hola Jose preciosas palabras , como siempre, es verdad que todos los dias nos acordamos y estrañamos a las personas que nos faltan , pero sobre todo cuando hay alguna reunion familiar, pero estoy segura de que ellos estan de alguna manera entre nosotros.Un beso para los tres pero uno muy grande y especial para Laia que la vi ayer y ya la echo de menos "esta preciosa".Tu tata.
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