Querida Laia:
Cuando yo contaba al igual que tú, con un par de meses de vida, mis padres me llevaron a Munera por primera vez. Tras aquellos primeros días de presentaciones y lluvia de besos vendrían muchísimas visitas más que aún hoy se repiten, con la única salvedad de que ahora la visitada eres tu y los que llevan el coche como si fuesen a un mercadillo somos tu madre y yo.
Es lógico que de aquellas primeras visitas no me acuerde al ser tan sólo un bebé, pero en cambio recuerdo prácticamente la totalidad de los viajes al pueblo desde que tenía unos dos añitos más o menos. Aún circula tu tío Manolo hoy con la derbi de tres marchas (con más de treinta y cinco años de antigüedad), en la que mi abuelo Pepe, o lo que es igual, tu bisabuelo, me paseaba. Casi todos los dias de su vida en activo fueron calcados, antes de que saliese el sol salía de casa para dirigirse a su "oficina", el campo, la dureza extrema del campo para volver cuando ya estaba en el cielo la luna.
Cuando él sabía de antemano que ese fin de semana iríamos a Munera llegaba a casa tan sólo un poco antes de lo acostumbrado. El bisabuelo nunca obtuvo carnet de conducir coches, por lo que siempre se movía en su derbi o en su tractor de color naranja, cuando el pobre pudo adquirirlo. Cuando llegaba a casa, después de besarnos y saludarnos a todos me daba una vuelta en la moto, quizás ahí nació mi vocación de motorista, aunque lo cierto es que si ponemos la derbi al lado de una BMW R 1200 RT parecerían la madre y la hija.
El bisaueblo Pepe me subía en el depósito de la gasolina, justo delante de su pecho, para que me fuesen sujetando sus propios antebrazos. Antes no era obligatorio usar casco, ni existía el carnet por puntos, de hecho el bisabuelo tan sólo llevaba siempre por protección una gorra de cuadros muy torera, que haciendo juego con sus preciosos ojos azules le hacían un tipo apuesto. Siempre me daba la misma vuelta, cogía la calle San Sebastián (donde ahora se ubica la floristería del pueblo), después cogía la carretera hasta el stop de la gasolinera, giraba a la izquierda hasta el cruce con La Venta, donde volvía a girar a la izquierda, calle de la Virgen, calle San Sebastián, giro a la derecha, calle Varea hasta la puerta de casa; bien es verdad que cuando llegábamos estaba loco por bajarme porque el tapón del depósito me hacía un daño en el culo horrible.
Tan sólo podía disfrutar con él esos momentos de la tarde - noche, porque el pobre venía tan cansado de las labores que exige el campo que tan sólo le quedaban ganas de cenar y dormir para preparar el madrugón del día siguiente. Cebollas, ajos, vendimia, aceituna, podar, segar, labrar, sembrar, yo creo que el bisabuelo lo hizo todo Laia. Era normal que tuviese las manos que tenía.
Recuerdo cuando compró el tractor naranja, marca ebro, de ocasión. Recuerdo la de veces que había que echarle un spray por la chimenea para que el jodio arrancase. Tengo la imágen del pobre con cien capas de ropa para protegerse del frio montado en la cabina de aquel "tartano" que era un coladero de viento y frio en invierno y un horno tremendo en verano; la única compañía que llevaba el abuelo en el tractor ¿sabes cual era Laia?, en una esquinita de la cabina Cuqui una perrita blanca con medio cuello negro y llena de pintas del mismo color y sentada en una tabla dura como una piedra, con las piernas encogidas en una posición casi imposible tu bisabuela, la cual ha trabajado tanto como el bisabuelo, ha pasado el mismo calor, el mismo frío y las mismas penurias.
Otro de los recuerdos tan emotivos que tengo era cuando mi abuelo venía lleno de sudor, con su cuerpo cubierto totalmente de polvo del cereal, de recolectar o cosechar. Llevaba una bolsa de retales de piel o "material" como se dice por el pueblo, donde hasta el medio dia conservaba la comida que degustaba a 40º de temperatura, a la sombra de la cosechadora, sentado en el suelo. Casi siempre que venía de cosechar ¿sabes lo que me traía en esa bolsa? un gazapo de conejo, o dos, o tres, o incluso más y yo me ponía feliz porque ya tenía con que jugar, eso si, los alimentaba y los cuidaba con el máximo de respeto, de hecho luego se hacían grandes en una jaulas que había en el corral y criaban muchísimo.
¿Sabes por qué te cuento todo esto mi pequeña?, porque afortunadamente yo sólo conozco una mínima parte de la dureza del trabajo en el campo, pero tus bisabuelos, tu abuela Ana y tus tíos Pepe y Esperanza la conocen a la perfección. Los bisabuelos trabajaron como unos desalmados toda la vida para ahora cobrar 600 míseros €, con la piel abrasada para siempre del frio y el calor, con las manos agrietadas y la espalda destrozada.
Hoy en día, aunque hay mejores medios como tractores con aire acondicionado, calefacción o radio, también hay muchas familias que viven del campo, y mientras que a unos les hacía gracia esta mañana desayunando el tormentón de granizo que calló ayer en Albacete, estoy convencido de que muchas familias llorarían lágrimas como fundas de guitarra de ver que a tan sólo unos dias de la cosecha del cereal para ganar su pan, todo se va al garete en 15 minutos. Ahora a esas pobres personas ¿sabes lo que les queda Laia?, pelearse con la Administración para poder conseguir una subvención que en el mejor de los casos sirve para cubrir gastos, pero la ganancia es nula.
Estoy seguro de que el señor que hoy se reía en el restaurante al ver los coches en Albacete estancados por la tormenta de granizo no posee familia agricultora, de lo contrario su semblante sería bien distinto.
En fin pequeña. ya te darás cuenta de la cruda realidad de esta vida, todos tenemos lo nuestro...
Te quiero mucho mi vida. Y a mamá, por supuesto.
Madre mia leyendo todo lo que has escrito parece que fue ayer , y han pasado un monton de años y de cosas. Que buenos años aquellos.....Tu tata.Un fuerte abrazo para los tres.
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