martes, 5 de junio de 2012

Como Heidi pero en el siglo XXI



   Como cada vez que falto a mi cita con mi blog, antes de nada quiero pedir disculpas por faltar ayer ante la gente que amablemente me lee.

    Algun@s sois ya conocedores de las razones por las que ayer, de manera injusta y muy en contra de mi voluntad, tuve que hacer a mi mujer y a mi hija despedirse dos días antes de lo previsto de nuestra familia gallega y pegarnos 600 kilómetros, para incorporarme hoy a trabajar en turno de tarde (pobre Laia todo el camino llorando e incómoda y pobre Marta intentando calmar a su hija). No es conveniente escribir en este medio dichos motivos y además es más que recomendado mirar hacia el frente para seguir como hasta ahora, haciendo las cosas lo mejor que Dios me da a entender.

   Dicho esto vamos con el tema que deseo tratar hoy, la historia de mi amigo Alberto, un tipo muy muy peculiar en estos tiempos que vivimos.

   Recuerdo un enlace matrimomial en el que el sacerdote, muy sarcástico, en su homilía le recomendaba a los contrayentes que en el futuro, cuando tuviesen un fin de semana libre y comenzasen a hacer planes, no discutiesen a la hora de elegir playa o montaña, que ambos decidiesen alternando la elección de uno una vez y la elección del contrario la siguiente, como si fuese tan sencillo en ocasiones... Lo cierto, es que a mi si me hacen esa pregunta respondo veloz, ¡montaña!.

   Afortunadamente, como escribía el pasado sábado, mi mujer es de una de las Comunidades más bonitas de nuestro país y cada vez que viajo a Pontevedra gozo respirando aire puro y admirando las verdes montañas. Del mismo modo, desde pequeño he disfrutado de mis vacaciones en el pueblo de mi madre, Munera, un pueblecito de la provincia de Albacete, de 4.500 habitantes aproximadamente y en el que aún hoy cuando vamos, disfruto con mis palomas, mi yegua, mis perros y mis amigos, cenando en el campo ya sea invierno o verano.

   Pues es en este pueblo donde tenemos una finca, con una viña y una casita herencia de mis abuelos; unos menores de edad, indeseables en grado sumo, decidieron destrozar hace dos años el tejado para entrar al palomar y robar unas pocas palomas, por lo que decidí contratar los servicios de una empresa para vallar la finca y criar un cachorro de mastín para tenerlo suelto por allí realizando labor disuasoria a degenerados de este tipo.

    Me puse manos a la obra y comencé a buscar gente que vendiese cachorros de mastín y a ser posible que los regalase, porque no he entendido nunca como la gente pretende hacerse rica cobrando 50 o 100 € por cachorro y al final lo que consiguen es no venderlos y tener los animales de cualquier modo, comidos de pulgas o en el peor de los casos abandonarlos o matarlos. Me contestó Alberto, un chico de un pueblo de Guadalajara que tan sólo me pedía que fuese formal y que aguantase unos días porque sus dos mastines iban a tener la primera camada.

   Así lo hice, le prometí seriedad y quedamos en llamarnos pasadas tres semanas. Nos llamamos y concertamos una cita a la que asistimos Marta y yo. Nos costó mucho encontrar su casa, ya que para empezar se encuentra a las afueras de un pequeño pueblo alcarreño y además tan sólo tiene como vecinos un viejo molino y algunos chalets desperdigados que son utilizados como segunda vivienda. Pero pronto reconocimos al chico que con su pelo largo buscaba entre los árboles nueces, con una chaqueta de lana y acompañado de un inmenso mastín del Pirineo blanco.

   Alberto es de Guadalajara, donde viven sus padres y allí trabaja en una cámara frigorífica. No se lo pensó dos veces y con el objetivo de hacer realidad su deseo, se compró una casa en plena naturaleza, de ahí que lo compare cariñosamente y con el máximo de respeto con la protagonista de los dibujos japoneses, Heidi. Nos hizo mucha gracia tanto a Marta como a mi como tiene bautizadas a todas sus gallinas con nombres humanos. Sus dos mastines ya habían tenido la camada y cada vez que nos acercábamos a ver a los cachorros, sus padres miraban a la cara a Alberto, demostrando una inmensa complicidad para que éste con sólo un par de palabras les tranquilizase. Abrazaba a los cachorros, a los padres, es decir, nos demostró un amor y un respeto inmenso por los animales, el mismo que nosotros le prometimos para el futuro del cachorro de la foto de hoy, para Napoleón como le bautizamos, el cual hoy pesa 60 kilos ya.

   Tanto el dia de la elección del cachorro como el día que nos lo entregó, a la hora de despedirnos rodeados de inmensos chopos y con el sólo ruido de los pájaros y su gallo, nos regaló huevos frescos y nueces, todo le parecía poco. Afortunadamente no hemos perdido el contacto con él y por suerte para mi, lee mi blog.

   Pues hoy me apetecía dedicarte a ti mi post Alberto, Napoleón vive feliz junto a otros tres perros en plena libertad, lo prometido. Y a ti amigo, que vives feliz con tus animales, tus árboles frutales y las cosas que la naturaleza puede aportar, para concluir te quiero dedicar una frase de un dramaturgo español, Jacinto Benavente, dice así:

   "El único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor".

   Un fuerte abrazo Alberto.

    Buenas noches a tod@s.

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